Historia
Historia
La Vall d´Albaida es una comarca valenciana bonita de contemplar; localizada entre las valles de Xàtiva y Alcoy, a medio camino entre Valencia y Alicante, ya medio camino también entre la marina de Gandía y la plana manchega. En su parte oriental, en la zona de influencia de Gandia, muy cercano de Castelló de Rugat, al abrigo de la sierra de Benicadell (400-1.104 m de altitud), se encuentra el pueblo del Ràfol de Salem, que cuenta con 456 habitantes (2008). En la actualidad la localidad vive de quienes trabajan en los sectores secundario (fábricas) y terciario (administración, comercio, servicios) de la economía; pero conserva todavía todo el aspecto encantador de la aldea rural, labradora y manufacturera, que fue durante el siglo pasado.
El clima de la comarca es de un mediterráneo muy dulce: de temperaturas moderadas (17º C de media anual) y de lluvias relativamente abundantes (650 litros/metro cuadrado/año), que se concentran fundamentalmente en temporales de levante, durante el otoño , la primavera y el invierno. La vegetación dominante en la sierra es el pinar, por degradación del carrascal primigenio y ulterior repoblación forestal. Los pinos proporcionan cobijo a un sotobosque o matorral de coscoja, romero, aulaga, zarza y otros arbustos a menudo punzonosos. En el bancalado, predominan los cultivos mediterráneos: el olivo, la viña y los frutales de hueso; los algarrobos, los almendros y las higueras (más abundantes antiguamente), y las hortalizas.
Buena parte del territorio municipal del Ràfol de Salem lo conforman, en efecto, secanos blanquecinos de tierra de “tapón” o “piedra llacorella”. En las partes más arrimadas a las rieras de los barrancos ya las huertas de regadío tradicional -enriquecidas con abonos orgánicos durante muchas generaciones- la tierra de labor se ha impregnado de una tonalidad más oscura.
En la Serreta del Ràfol, que es un brazo de roca de peñón de Benicadell -como si la sierra alargara la mano hacia el plano- predomina la piedra blancos o grisácea, caliza. Sin embargo, por los alrededores del Ràfol aflora en superficie un nivel subyacente del terreno, donde se mezcla la arcilla (terreros de vetas rojizas y vetas azuladas entreveradas) con la piedra de yeso (más ainas gris).
Precisamente fue la arcilla -cuya materia fuimos creados los humanos, según las Escrituras- la que justificó la fundación del pueblo del Ràfol hace muchos, muchos siglos. Y es que el Ráfol de Salem, como la mayoría de los pueblos pequeños del Valle de Albaida, fue en origen una minúscula alquería de musulmanes, que los árabes llamaron Raff al-Gibz, “el Obrador de Arcilla” (Rafalgeps, en documentos medievales). Puede que hubiera algún secano y alguna huerta por los alrededores de la qarya primitiva o alquería de los moros. Pero lo que justificaba la presencia y el asentamiento de pobladores en tiempos de al-Ándalus era la alfarería, la manufactura de baldosas, primes y jarras.
Con el tiempo, los árabes aplicaron en diminutivo a Raff, y quedó fijada la denominación de Ráfol, llamado asimismo ‘de Salem’, porque se encontraba dentro de la señoría feudal de la Hoya de Salem (siglos XIV-XIX). Esta baronía, que perteneció a los Zapato de Calatayud (condes de Real) ya los Bellvís (marqueses de Bélgida), comprendía, aparte del Ràfol, los actuales municipios vecinos de Salem y Beniatjar. En el siglo XVI el Ráfol compartía el actual territorio municipal con un antiguo poblado de agricultores, Alcudia de Beniatjar, que quedaría vacío y abandonado a partir de 1906, debido a la expulsión de los moriscos. Los señores de la baronía de la Hoya decidieron que sería más conveniente repoblar con cristianos viejos -valencianos- únicamente el Ráfol. Y así lo hicieron, el 18 de julio de 1611, fecha del otorgamiento de la ‘carta puebla’, para unas cuarenta familias de colonos.
El estancamiento económico del siglo XVII se explica por la sobreexplotación feudal que sufrían los vasallos rafolinos por parte de los varones; lo que motiva su participación destacada en la revuelta antifeudal de la Segunda Germania (1693). Durante los siglos XVIII y XIX la población se desarrollaría gracias a una economía de subsistencia labradora, complementada con el mercadeo de los productos excedentarios del campo: el aceite y el vino del secano; la seda de los gusanos, alimentados de hojas de la morera; las tejas, rajolas, librillos, cadufs y jarras que obraban todos los veranos en la jarrería y en los diferentes teulares del pueblo, etc. Así las cosas, el Ráfol de Salem agricultor y gerrer de 1860 llegó a contar con 709 habitantes.
A lo largo del siglo XX, los diferentes sectores de la economía tradicional -la agricultura, la molinería harinera, la almazara de aceite, la jarrería y la tejería, las granjas, etc.- irían entrando en crisis. Esto, junto con la carencia de puestos de trabajo en la industria y el comercio, ha provocado en las últimas décadas un éxodo progresivo de rafolines hacia los pueblos vecinos, como Castelló de Rugat, o hacia las ciudades: Gandia, Valencia, etc.
El peor momento se vivió tal vez a consecuencia de la crisis de las fábricas de ladrillo (1981-1982), que desató la pérdida del 29% de la población entre 1981 (533 habitantes) y 1994 (373 habitantes). De hecho, y hasta hace pocos años, el Ràfol de Salem era un municipio decadente y relativamente envejecido, de muchas casas vacías y pocos niños jugando por las calles.
Pero las vueltas que golpea el mundo han ayudado a cambiar la cosa. Y así, en la actualidad el Ràfol de Salem es un municipio que se recupera demográficamente y acoge a familias jóvenes de recién llegados; que restaura el patrimonio natural y cultural; que promueve instalaciones museísticas y establecimientos de hostelería rural; que se ajardina para fomentar la calidad de vida; un pueblo que visita miles de personas a lo largo del año, gracias al moderno desarrollo del turismo rural.